Capítulo 21: Del verano que se fué

Como si de un tsunami se tratara un ambiente tórrido rozando los 40º ha azotado la ciudad.

Vuelvo de comer en casa de mis padres bajo un Sol digno de eurovisión. Ansío llegar. Estoy a punto de evaporarme y no tengo ganas de morir desmayada en el asfalto ardiente. Me queda poquito. Ya casi estoy. Abro la puerta del bloque y entro en el hall oscuro con la misma cara de ilusión que un runner amateur en su primera maratón. Bueno, ellos dicen que era de ilusión, suele parecer más bién de desnutrición. Mi ventilador me espera.

Últimamente, me paso los días serpenteando en frente de ese aparato. Un trasto mucho más grande de lo habitual, capaz de crear huracanes. No pensé al comprarlo que sólo podría usar la primera marcha en mi pequeño palacete. Para que lo entendais hay que puntualizar que con la segunda parece un avión a punto de despegar y si te arriesgas con la tercera (tenía que hacerlo) se le empiezan a caer los botones y entre que los cojes y consigues volver a ponerlos sufres un poco (Alta calidad).

Victoria llama.

  • Victoria: ¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas?
  • Andrea: Fff… dicen que vamos por la tercera ola de calor, pero la verdad, es dificil recordar algo que pasó antes de que mi cerebro se convirtiera en gazpacho de setas caliente.
  • Victoria: ¿Te vienes a Valencia con Jana?

(…)

Desaparecí. De la piscina a la playa, de la playa a la siesta, de la siesta al chiringuito, del chiringuito a la disco, de la disco a la playa, de la playa a la cama y vuelta a empezar. Quinze maravillosos días practicando el famoso «Fiesta siesta fiesta siesta» que lamentablemente terminaron. Un día u otro tenía que pasar.

(…)

Con la bajada de temperaturas vuelvo a casa plagada de trastos. Una sale con la ropa ordenada y vuelve con todo hecho una bola y lleno de arena.

El piso esta tal cual lo dejé, impoluto. Aunque a los dos minutos ya parece que haya abierto el ventilador. Maleta de par en par, ropa sucia por un lado, a media doblar por el otro, el bikini aún mojado colgado por ahí, las chanclas asqueadas en el balcón…

Me empieza a preocupar saber qué comeré ya que dejé la nevera arrassada. La abro. Me adoro a mi misma por haber olvidado un yogurt y un huevo en ella y me imagino al día siguiente derrochando en el super como si se acercara el apocalípsis. Estoy contenta.

Entonces salgo de mi enagenación mental y recuerdo no haber mirado el buzón al llegar por lo que me dispongo a bajar un momento a buscar las facturas acumuladas (Si, no suele haber más que eso).

Bajo. Ahi está. Sólo una. Mira, mejor. La cojo, cierro el buzón y de pronto me fijo en un detalle. Es como si ya lo hubiera visto al entrar la primera vez pero no le hubiera prestado importancia. El nombre de Toni ya no esta en el 3º 2ª.

Un trocito de la etiqueta arrancada es lo único que queda de «¡Oh!, una mujer». Me sabe mal que se haya ido, a los vecinos se les acaba cogiendo cierto cariño.

¿Dónde estará? Empiezo a preguntarme cuando descubro que su buzón esta abierto. No lo abro, eso no se hace. (Silencio de duda) Pero si lo hubiera hecho, me hubiera encontrado con un folio a medio doblar con una especie de poema o confesión, como una carta de amor con resquemor sin sobre ni nada que dice…

«Te espero.

Cada noche cuando acabo con todo, me tumbo, cierro la luz y te espero. Me quedo unos minutos divagando entre mi presente y mi futuro. Me duermo.

Te espero con ilusión y con miedo. La ilusión de saber que un día podrías estar a mi lado cuando cierre la luz. El miedo de que un dia cierre la luz y quien esté a mi lado no seas tú.

Te quiero y te espero.

A veces cuando te recuerdo sonrio. Sin embargo, si te recuerdo demasiado me enfado. Entonces te alejo con un pensamiento hasta que me sorprendes de nuevo.

Cada noche cuando acabo con todo, me tumbo, cierro la luz y a oscuras, deseo. Deseo que un día vuelvas y mi primera impresión al verte no sea enfadarme. Enfadarme porque tanta espera me haya cambiado y ya no te quiera.

A veces… cuando cierro la luz… te espero.»

Sin firmar.

Siento una sensación intensa. Me parece increíble tirando a estupendo que Toni haya recibido esas palabras. Aunque no sé si forman parte del motivo que lo hizo marchar o si llegaron después. Me imagino que lo leyó. Mejor así. Sin embargo, no lo abrí el buzón y nunca vi esa carta. El silencio del Hall me ayuda a escudriñarme de nuevo hacía mi piso.

Entro en casa con la duda. No sé si os pasa a vosotros. A veces se producen enigmas en tu vida que sabes que nunca descubrirás o que ni siquiera te apetece resolver. Por ejemplo, un día perdí un pañuelo amarillo que sólo me había puesto dos días y cuando me di cuenta pensé «Vaya por Diós, espero que quien se lo encuentre haya sido de su agrado».

En cambio. Hay enigmas que no sabes cuándo pero quieres y tienes la certeza de que un día sabrás que pasó. Como por ejemplo con mi jersey de rayas:

Hace cinco años perdí un jersey que utilizaba como chaqueta. Desapareció sin más. Me pregunté mil veces dónde había ido a parar, en qué bar me lo habría olvidado. Lo busqué sin resultado y me tocó la moral porqué me gustaba mucho. De algún modo sabía que lo encontraría. Lo que no me esperaba era que dos días antes de nuestras vacaciones, Jana, se lo encontrara en el fondo del armario de lo que había sido casa de su madre ^^ ¡5 AÑOS DESPUÉS! Nos tiramos media hora riéndonos e inventando teorías de cómo habría llegado hasta allí.

En fin, sé que algún día sabré que pasó con Toni. Espero que esté bién y le deseo lo mejor. Mientras tanto me toca poner un par de lavadoras preguntándome, quién ocupará ese piso. Septiembre, aunque sea un mes desolador, siempre trae novedades.

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