El gusto de romper con tus principios

  • ¿Mamá la gente cambia?
  • No lo sé, tu padre siempre ha dicho que no.
  • …¿?

¿Puedes asegurar que te conoces al 100%? ¿Jurar «de ese agua NO beberé»? ¿Pensar que te regirás toda la vida por los mismos principios y tendrás a los 40 las mismas convicciones que a los 20?

¿Cuantas veces te has sorprendido a ti mismo haciendo algo que pensabas que nunca harías?

¿Y luego que? ¿Te dejas de hablar?

Hace unos días le comentaba a la charcutera como desde que me mudé me he dado con todo lo posible. Y es que sin ser patosa (sé que ahora lo dudaréis) me he pegado varias veces contra el borde de la mesa del comedor, estampado el brazo contra la puerta del lavabo, rebotado la cabeza contra el armario de la cocina, comido la mesilla de noche o tropezado con la cama. Golpes tontos y reiterados que me han hecho sentir muy imbécil.

De la nada salió otra clienta que soltó «A base de ostias se está formando en tu cabeza un esquema perfecto de como es el piso, un patrón». La señora charcutera y yo sintimos dos segundos de auténtica estupefacción entre cadaveres troceados de cerdos y vacas. Acto seguido, sin dudar que podría tener razón, nos metímos durante tres cuartos de hora en una sofocada conversación sobre si la gente puede cambiar o no.

Yo siempre había pensado que no. Que cada uno es como es, que tenemos una esencia innata dónde como mucho se modificarán ciertos matices con los años. Sea o no, los argumentos con los que nos rebatía esa chica me parecieron magníficos. Ella aseguró que una persona puede cambiar totalmente su personalidad y en pocas líneas lo apoyó con la siguiente teoría que quiero compartir con vosotros:

«Cuando nacemos somos una página en blanco, todo lo que tenemos en la cabeza después o viene impuesto de fuera o nos lo hemos creado nosotros mismos. Las personas creamos patrones de comportamiento porque necesitamos aferrarnos a algo.

Un patrón se forma a base de repetir un pensamiento u acción, de ver cada vez más claro dónde esta un límite, hasta llegar a un punto que acabas pensando que ese límite es real. Ese límite no es real, te lo has montado tú. A menudo, a esos límites les llamamos principios y un principio no es más que una norma (muchas veces de tipo moral) que te has impuesto porque crees que algo no es lo correcto. Un principio puedes cambiarlo cuando tú quieras y no cuando los demás te dejen.»

A modo de pasatiempo, le estuve llevándo la contraria un rato, pero al llegar a casa analicé. Es curioso que a pesar de creerme de ideas fijas una de mis frases favoritas sea la famosa «Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros». También es curioso como con los años me he cargado casi todas las reglas que me había impuesto. La mayoría eran bastante tontas (hay que decírlo) pero más de una estaba basada en miedos «Nunca iré a vivir sola por si no lo puedo soportar». Y no curioso sinó más bien extraño es, recordar el gusto que sentí después de romper con esos principios (límites). Incluso cuando no lo entendía, sentía como todo pasaba a ser mucho más relativo, flexible, relajado…

¿Puedes asegurar que te conoces al 100%? ¿Jurar «de ese NO beberé»? ¿Que te regirás toda la vida por los mismos principios y tendrás a los 40 las mismas convicciones que a los 20?

Si puedes y además quieres, quizás no te estés escuchándo, corres el riesgo de vivir tu vida como quieren los demás… O no. Sólo tú lo sabes.

Por mi parte, al final resultará que lo mejor de vivir es salir de vez en cuando de la últimamente famosa zona de confort y descubir las posibilidades (morales o no) que te da la vida. He llegado a la conclusión que quizás el único principio factible es «ser fiel a uno mismo intentando respetar a los demás» perooo nunca se sabe!

¡Ah! y no sufrais, por fin se ha creado en mi cabeza el esquema correcto del piso y ya no me doy con las cosas ^^

  • Hija, ¿la gente cambia?
  • Puede (Del verbo poder, no de quizas), aunque quizás no quiera.