Roces a oscuras (Parte 1)

Cuando uno se va de casa, empieza a encontrar prescindibles cosas que nunca se pensaba. En mi caso fue (por estupefacción de mis padres) la calefacción. En el piso no había y… ya sabéis… hay que pagarla. Así que me compré una estufita y resistí hasta que llegó el verano.

¡Por Dios! ¡Nunca había deseado tanto que llegara el verano! Milagrosamente, poco a poco, el Sol empezó a apretar y las numerosas mantas que cubrían mi cama han ido desapareciendo hasta llegar a la plena felicidad de los 23 grados ambientales.

Des de entonces soy feliz. ¡Ole! ¡Ole el calorcito! ¡Ole el balcón! ¡Las camisetas de tirantes! ¡La luz a todas horas! Las ventanas abiertas y ¡Los bichos! ¡¿Los bichos?!

(…)

01:05 de la madrugada del lunes.

Znyiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii iiiiiiiiiiiiiiiiii iiiii iiiiiiiiiiiiiiii

Me despierto. No… Un mosquito no… no tengo nada para eso en el piso…ffff…

Nyiiiiiiiiii fiiiiiiiiiii iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii Le noto oliendo su festín.

Más de uno no se hubiera levantado por eso, pero si sabes que para los mosquitos eres como Beyonce en ropa interior, merece la pena levantarse a matarlo y descansar ambos en paz. Así que me incorporo, abro la luz, pillo una revista y observo.

Lo descubro en lo alto de una de las paredes. Silencio en la sala, posición de guerra. En el ring mosquita hambrienta contra humana medio zombie. Me subo sigilosamente a la cama, pongo un pie encima de la estantería, percibo que con un solo golpe certero ganaríamos el primer round de la temporada. Lo sé, lo presiento. Hay días que sabes que vas a acertar. Apunto y… ¡¡Plaff!!

¡¡¡The chaaaaaaaampioooooonssss!!!

Me bajo de la cama rebosando orgullo. Dejo el cadáver en la pared. Lo quitaré mañana (así los demás ven que pasa si tocan las narices). Estaba dispuesta a dormir de nuevo cuando mi cerebro me avisa. Ha visto algo moverse a mi alrededor. Levanto ligeramente la cabeza, ojos como platos, piel erizada. ¡Oh no! ¡Por favor! ¡Eso sí que no! ¡Una inmensa araña haciendo tirolina aparece de la nada y va directa hacia mi cojín! ¿Pero por qué?? ¡Hay que hacer algo!! ¡Qué asco! ¿La golpeo? ¿La salvo y la tiro por la ventana? ¡Rápido rápido que como se meta por las sábanas acabo durmiendo en el sofá de la cocina! Me apresuro.

Cojo de nuevo la revista, intentaré hacerlo por las buenas primero, la pongo encima del cojín, esperando cautelosamente que termine su momento Spiderman aterrizando sobre ella. Cuando ya la tengo, ya casi esta, cuando aún manteniendo la distancia de seguridad íbamos a conseguirlo, Dios manifiesta estar claramente de su parte. Se oye una especie de “Bouuunng” general y me quedo a oscuras.

¡Ostia Manela! Deduzco a través de las no vistas de la ventana un apagón general en toda la isla de edificios. ¿En serio? ¿Era necesario? No importaría lo más mínimo un apagón en plena noche si no fuera por la individua que corre por la cama…

Me acerco a la ventana, una alarma de algo ha saltado y se ven numerosas lucecitas de móviles dando vueltas por los pisos. Nadie se hubiera enterado del apagón si no fuera por esa alarma.

Espero con cierta picaresca el grito de la de arriba, pero últimamente las sesiones le deben estar haciendo efecto y apenas se la oye.

¡Uep! Vuelve momentáneamente la luz, aprovecho para intentar detectar al arácnido durante ese breve instante, un giro veloz de cabeza, repaso rápido de la cama, no está dónde la había dejado, ¿Dónde estará? Me quedo a oscuras de nuevo. Facepalm. Me entra la angustia, me he dado cuenta que voy descalza mientras ocho patas deambula por ahí.

Nada. Comeremos algo antes no vuelve la luz. Tampoco tardaran mucho en arreglarlo, ¿No?

Ya en la cocina, obviamente a oscuras también, zapatillas puestas, bollo en mano, los minutos pasan, empiezo a pensar… ¿Y esa alarma que no cesa? ¿Habrán intentado robar algo o ha saltado con el corte de luz? ¿No será del coche? Mejor no bajar… ¿Y si nadie puede dormir por culpa de mi coche? No… no será… ¿Y si soy la única que puede pararlo y yo aquí comiéndome un bollo? El dilema moral me va mermando hasta que acaba conmigo. Total, en la cama quizás hay una araña, prefiero ir a comprobar el coche antes de notar sus patitas paseando por encima de mi piel.

Me pongo los tejanos, cojo una linterna, barajo la posibilidad de ser la única tonta del bloque que sale a mirar si es la alarma de su coche cuando podría estar pasando cualquier cosa ahí fuera y abro la puerta de la escalera. Me sorprende la total ausencia de luz en el rellano.

Capítulo 8: Cuando la puerta se cierra

Tengo un compañero de trabajo que asegura conocer una droga que desata lo más íntimo de tu mente. ¿Su efecto? Provocar euforia si todo va bién o depresión si existe algún tema que escondes o que te ofusca. ¿El problema? A menudo, por no decir siempre, ni tu mismo sabes que es lo que realmente llevas en tus profundidades, y por lo tanto, lo que puede desatar dicha pastillita en ti.

Pensé que con la soledad de la independencia podría pasarme algo similar. Que llegaría un día, pasada la adaptación inicial, en el que me podrían atacar mis miedos, mis fobias, y por supuesto, no habría nadie para frenar el posible hundimiento entre esas 4 paredes… La duda regía en ni siquiera saber qual sería mi punto débil.

Hay que decir, que una vez probado, la mayor parte del tiempo no es así ni por asomo. Cuando uno está solo (como mínimo en mi caso) tira hacia adelante sin pararse a pensar un momento. Apenas es una opción, entre trabajar, lavar los platos e ir a dónde sea, la de pararse a mirar QUÉ te preocupa. Supongo que uno no se lo permite demasiado, a veces porque no puede y a veces porque no quiere.

Pero al final todo llega, y como si me hubiera tomado esa pastillita, he confirmado que cuando uno vive solo se encuentra de cara con sus profundidades. Muchos temas pueden afligirte o proporcionarte un mal día, pero casi todos tenemos algún temor, o algún fantasma que nos acompaña y finalmente una noche o tarde de domingo decide salir para saber que tal nos va.

El 13 de Julio de 2011 salía de la oficina preguntándome como habría ido la operación de Chip. Por la mañana, me había despedido de él cómo si fuera un día normal. No era una intervención a vida o muerte, sólo le abrirían para saber de qué provenía el líquido que se le formaba en el hígado.

Fué bajando el cerro que llevaba de la oficina a la estación dónde me pregunté por que a esas horas aún no sabía nada de cómo había ido. Aquello, desencadenó preguntarme también si mis padres me hubieran llamado en caso de que algo hubiera salido mal. De sopetón, en ese momento, me di cuenta que Chip había muerto. Ya no hacía falta correr o esperar. Sola, en medio de ese paradero boscoso, me paré, cerré los ojos y sentí el calor del Sol en mi cara. No sé porque, sabía con absoluta certeza que él ya formaba parte de aquello.

Nunca pensé que lo que más me vendría a la mente en los ratos tontos sería él. Sin embargo, tiene sentido y es curioso que les llamen animales de compañia y le eche de menos ahora, ahora que no la tengo.

Once años a su lado me parecieron pocos. Con su muerte se apagó un trocito de mi corazón y por mucho que me lo vendan tengo que confesar que no lo noto ni le siento cerca. Sé que no está, pero sé que forma parte mi. Allí dónde estés, contigo nunca me sentí sola y ahora que no estás recurro al calor del Sol los días que te necesito.

No nos engañemos, un día llegará. Estaras solo y no te arrepentiras de tu modo de vida, pero no sera el mejor de tus momentos. Entonces, un fantasma, un miedo o quizas una fobia o un simple recuerdo, vendra a abrazarte. No pasa nada, no lo evites, sólo debes mantenerte con naturalidad y dejarle venir, así como dejarle ir sin encasquillarte. Pasado el momento de reflexión… tener muy presente que los platos aún están por hacer 😉

Como dice una buena amiga mia «El día que te mueras te levantaras como si fuera un dia normal» (Me resultó muy impactante la frase en su momento).

P.D: Finalmente, muchas gracias a todos aquellos que esta semana de ausencia habéis mandado comentarios. Espero que os hayan ido muy bien la fiestas y la vuelta a la rutina. Y si alguno está un poco decaído le recomiendo altamente el libro «Los cerezos en Diciembre» de Ariel Andres Almada. Prometo escribir sobre algo más alegre la próxima entrada, un beso!